sábado, 4 de julio de 2009

EL NIÑO QUE MATABA ZOMBIS

El mundo real es aburrido. En este siglo es inexcusable inventar nuevas dimensiones o mini-cosmos más atractivos; queremos experiencias subjetivas más intensas, nos urgen frenéticas actividades que colmen nuestras ansias apoteósicas. Mientras que el aburrimiento posa su escabrosa telaraña sobre el lomo de nuestra inventiva, es menester recurrir –lo antes posible- a medidas extremas para sortear su encono. Estoy hablando de la hiperrealidad, de las realidades virtuales, de entornos sintéticos, de interfaces electrónicos. Sí, ahí hay grandes y prometedoras posibilidades de fuga. Hay otras más mórbidas; patógenas, quiero decir: la neurosis, disfunciones sociales, paranoia, delirios de persecución, alucinaciones, etc. Esas también te llevan a otro trance. Ah, las drogas saben hacerlo también. Pero… he visto cosas un poco más terrenales, más de humanos, propias de homo sapiens sapiens: la estupidez.

Cine Center-Cochabamba, sala de juegos.

Está bien, lo dejaba pasar tratándose de una Wii, pero evidentemente no lo es. Quienes transitábamos por ahí veíamos con asombro –casi con miedo- cómo este entusiasta puberto daba brincos, se agachaba, gritaba y se contorsionaba escandalosamente para deshacerse a tiros de los temibles zombis que se paseaban tardos por su pantalla.

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