jueves, 11 de junio de 2009

¡AUXILIO!

Era un domingo cálido y hechicero, en el que habíamos decidido hacer algo que, más allá de ser infrecuente, sea también distractivamente provechoso. Nos decidimos entonces por repeler al aburrimiento acudiendo a un –verdaderamente- cutre sauna/piscina, es que eso le añadía a la aventura un plus de excepcionalidad. Ya disuadidos del perfil miserable de nuestra situación, Ricky se metió a la piscina-pileta-estanque y conmovido por el color del agua se dejó llevar por la bonanza de sus dúctiles embates. A Ricky no le cabía tanta felicidad en el cuerpo y aunque no sabe nadar se sentía tan cómodo como un chancho en el agua.

Desde la orilla, impertérrito, Pichula (Jesús) lo observaba cual Mitch Buchannan; miraba -gallardo y temerario- casi con deleite las jugarretas de Dimicito (Ricky), sus esforzados intentos de flotar, sus aspavientos inocentes, su pesadez en la tentativa fallida de bucear. Después de unos minutos, los pataleos de Dimicito se fueron convirtiendo en desesperadas patadas para abrirse a la estabilidad, sus brazadas pasaron a ser dramáticas muestras de desesperación y de su rostro fue desapareciendo el gesto de un niño dominguero con un ridículo salvavidas de Micky Mouse, para convertirse en un hombre incapaz que se estaba ahogando.

Tardó casi nada, Jesús, en advertir que su amigo se estaba ahogando cuando quitándose la polera dejose ver –para vergüenza suya y desgracia mía- su rolliza masculinidad, pero más podía su valiente intención que su bochornoza condición física que sin pensarlo dos veces con un clavado perfecto se zambulló en las turbes aguas que se deglutían, sin caridad alguna, a Dimicito.

La amistad, esos ojos abatidos y esos gritos desesperados alimentaban la confianza de Jesús para llegar hacia donde Ricky; una, dos, tres brazadas enérgicas lo llevaron con su desventurado amigo. ¿Que si dónde estaba yo para ayudarle? Yo tomaba las fotos, alguien debía registrar esa absoluta entrega histórica de socorro y de amistad infinita.

Alcanzó por fin Pichula a dar la mano para seguridad de Dimicito, mas la desesperación de este último dificultó visiblemente el rescate, tornando todavía más peligrosa la tarea de salvataje de la que ambos podían resultar muertos. Era una tempestuosa lucha por la vida, ya eran dos las que estaban en peligro. Pero allí estaba Pichula: impetuoso, vehemente, indeleble, con la confianza acuesta para obtener la deseada estabilidad en la ferocidad del agua. Para asegurarlo, tomó entonces por atrás a Dimicito, pero era imposible ya que los movimientos desesperados de éste impedían cualquier buena voluntad de asistencia. La fuerza iba desapareciendo del cuerpo de Jesús, el tiempo se acortaba, las esperanzas se disipaban y ya casi se podían sentir a la muerte con su negra sombra debajo de esas turbias aguas.

Pichula debía pensar rápido, su pericia debía actuar más deprisa que su sistema límbico, antes de que éste active la amígdala dejando salir millones y millones de hormonas vasopresinas. Y así fue, en una lucha frontal con la muerte misma y con las incomodidades que Dimicito ponía, Pichula pensó que la única forma de salvarle la vida a su amigo y la suya –desde luego- era propiciándole un efectivo golpe que lo dejara inconsciente; así, meditó Pichula, sería más fácil trasladar ese incómodo cuerpo gordo y mojado.


He hizo exactamente eso. Al final, después de unos certeros golpes, puñetazos, jaladas de pelos y etc., nuestro héroe había salvado una vida, unos sueños, un destino glorioso, una vida próspera… una vida nomás, ahí lo dejaremos.

Llegó luego uno de los momentos más emotivos de la tarde cuando la gente del sauna amontonada y alborozada bañaba con “urra, urra Pichula” el ánimo humilde de nuestro protagonista, a eso añádasele que Dimicito estaba despertando de su desmayo a lo que pronunciaría unas de las frases que Pichula jamás olvidará en su vida: Mierda, ¿dónde están mis testículos? (el agua estaba a 10 grados centígrados, saqué usted sus conclusiones del porqué lo dijo).

Yo aprendí ese día que la amistad da fuerzas que el cuerpo ya no es capaz de dar, que en cualquier lugar yace un superhéroe anónimo, cercano y altruista, dispuesto a entregar la vida por el prójimo; Jesús demostró ser uno de esos superhéroes cotidianos, enalteciendo sobre cualquier ambición o vanidad su humilde perfil y sagacidad en estado puro; Ricky demostró ser un maricón.

Tributo para aquellos héroes que albergados en el silencio jamás desistieron al auxilio de los más incapaces.


Jesús “Pichula” Ayala vive hoy en Tarija junto a Rossemary, ambos han asumido en sus vidas la extensión: un hijo. En la distancia te recuerdo de esta manera superhéroe… ¡hay que tener pelotas para hacer lo que hiciste! Saludos.

Créditos: Jesús Ayala, como Pichula; Ricardo Gámez, como Dimicito; Yo, como Yo. Ningún animal resultó herido y después de la sesión fotográfica el salvavidas ridículo de Micky Mouse fue devuelto a su mocoso propietario. Derechos reservados. Fotos Cutre Entertainment S.A.

1 comentario:

  1. JAJAJAJAJAJAJAJA ESPECTACULAR EL POST!!!!

    La mejor foto de todas?? La última, con Pichula con el salvavidas a manera de condecorado por semejante acción. Y es que necesiatmos a más Pichulas en el mundo, digo yo! Como que también necesitamos a más Dimicitos, porque sino los Pichulas se extinguirían... y no, no queremos vivir sin héroes!!!

    Mis respetos.

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