lunes, 5 de octubre de 2009

¡UY, QUÉ GRANDE!

Existe en nuestro tiempo una incontrolable obsesión por las cosas grandes, como si ante dicha característica ellas comenzaran, recién, a existir. Pensemos por ejemplo en la catarata más grande del mundo, la paella más grande del mundo, el hombre más grande del mundo y etc. (hay incluso quienes hablan del enano más grande del mundo o de la cosa grande más grande del mundo). Y hasta cierto punto yo comparto esa seducción por lo grande (aquí es donde entran los guarros sexópatas hommo genitalus), pero no, no hablo de eso; me refiero más bien a esas cosas cotidianas y nada artificiales que ves en la calle y te sostienen la vista por unos segundos. Compartiré con ustedes algunas que son curiosamente dignas. Veamos.


Aquí el pomelo (toronja) más grande del (mi) mundo. ¿Ventajoso? Desde luego. De ésta sacas una jarra de refresco.


Se trata de una milanesa, milanesota; de la famalia de los trancapechos y sillpanchos cochabambinos. Ese monumento de milanesa, además de comida, tiene multiuso en tanto se la ponga de mantel, de sombrilla o incluso podría servir hasta de plato.

A estos en mi pueblo le llaman “caneco” (canecozanasango). Éste es un ejemplar único con el cual todo un regimiento militar podría tomar su té a falta de recipientes.

Así es señoras y soñores: ¡el hongo más grande del mundo! Los micólogos aseguraron en sus últimas investigaciones que se trata de un gigantesco amanita virosa y que en él podrían vivir como 7 u 8 colonias de Pitufos.

Recuerdo haber expuesto esta foto antes, pero como aquí encaja mejor la vuelvo a poner. Una picadura de esta cosa te perfora el brazo. ¿No me creen? Pero si es verdad, en mi barrio teníamos un amigo al que le apodamos Chucho al que le picó un mosquito tan grande que lo dejó sin brazo y que por eso tuvo que aprender a escribire con la mano izquierda, y que –curiosamente- también había establecido un record Guiness por tener el apodo más grande del mundo. Cuando lo veíamos pasar por el barrio, los muchachos lo llamábamos ¡hey, Chucho al que le picó un mosquito tan grande que lo dejó sin brazo y que por eso tuvo que aprender a escribire con la mano izquierda, le echemos un partidito de fútbol!, pero cuando terminábamos de llamarlo el sol ya se había ocultado para jugar a la pelota. Desde ahí, por economía del lenguaje –y de nuestro tiempo libre-, decidimos llamarlo “Chh”.

1 comentario: